Así como los colegios y las universidades usan listas de calificaciones, distintas organizaciones mundiales aplican rankings. Con esas evaluaciones los países son medidos en aspectos tan diversos como los deportes, la competitividad, la transparencia, la paz o la equidad de género, entre otros. Su uso se ha vuelto tan común, que la Real Academia Española adaptó la palabra ranquin y su plural ránquines, como referencia a lista, tabla clasificatoria, clasificación o escalafón.
En los deportes se reconocen, por ejemplo, la Clasificación Mundial de la FIFA, que para enero de 2011 ubica a la selección Colombia en el puesto 48 de 203 países, el ranquin ATP, que califica a los tenistas del mundo y en el que Santiago Giraldo ocupa el puesto 59, y la clasificación mundial de golfistas, que sitúa a Camilo Villegas en el puesto 38.
En otro campo, en la primera quincena de enero se hizo público el Informe Mundial de Libertad (Freedom in the World), en el que Colombia es colocada en un nivel de libertad parcial, aunque en mejoría. Su puntuación es equivalente a la de Bangladesh, Comoros, Liberia, Malawi y Zambia.
Para citar sólo dos casos más, el año pasado el Índice de Competitividad Global, que evalúa la capacidad de generar prosperidad ciudadana, ubicó a nuestro País en el puesto 68 entre 139 naciones. El Índice de Percepción de la Corrupción 2010, asignó a Colombia una calificación de 3,5, en una escala donde 0 es la percepción de corrupción más alta y 10 la más baja.
Estas y otras valoraciones reflejan parte de la realidad, pero sobre todo plantean retos. Revisar las evaluaciones es invitar a mejorar, especialmente cuando son indispensables los esfuerzos por la calidad de vida de millones de colombianos afectados por la pobreza, y cuando se avecinan decisiones políticas que incidirán en las condiciones locales y nacionales.