Por Carlos Alberto Baena López
Iniciar esta columna de opinión en uno de los medios de comunicación más acogidos del Caquetá, es ante todo un compromiso para dar mayor visibilidad al Departamento en la vida pública nacional, incluido el Senado y el Congreso en su conjunto. Desde hace varias décadas, nuestros vínculos con esta zona nos han permitido comprobar la pujanza de sus habitantes y el aprecio por un paisaje que combina cordillera, llano y selva, en una muestra de las mayores riquezas humanas y naturales del país.
La historia de colonos que tanto se destaca, incluso en el himno departamental y en los de varios de sus municipios, está motivada en los tesoros escondidos, escasamente reconocidos por el resto del país. Ejemplos de esa abundancia no siempre apreciada, son el trasegar de los primeros colonizadores en busca del Oro de la leyenda de El Dorado y la guerra cauchera con Perú, que tuvieron en esta parte de nuestro sur un escenario de primera línea.
Hoy que la locomotora de la minería puso la explotación de los recursos naturales en el afán de los intereses económicos, el Caquetá volvió a ser recordado por la abundancia de su subsuelo. Pero más que para explotación, esta es una tierra para la promoción y la conservación. Si el resto de Colombia encontrara lo puro y plácido de los ríos, el estado de sus selvas y la tranquilidad de su cotidianidad, entendería que ha dejado pasar siglos con un departamento escondido, llamado a ser altamente reconocido.
Los Parques Naturales del Chiribiquete, de la Cordillera de los Picachos, de la Cueva de los Guácharos, del Alto Fragua Indi-Wasi, o de la Serranía de los Churumbelos Auka-Wasi Yarí, bastan como ejemplos de la historia indígena y de la conservación del Caquetá.
En esa misma línea de protección, están los ríos que acogen permanentemente a los habitantes del Departamento, en una forma de convivencia respetuosa entre sí y con la naturaleza. Esas fuentes hídricas dan nombre a varios de los lugares más emblemáticos: Caguán, Bodoquero, Peneya, Orteguaza, Apaporis, Fragua, Sunsiyá, Luisa y Guayas son apenas unas cuantas de las corrientes que en el Caquetá son el día a día de navegantes, pescadores y hasta de entretenciones infantiles, mientras que en otros lugares del mundo son anhelos del pasado.
Pero al lado de la conservación, Colombia tiene una deuda de promoción. Apenas para referir dos casos, es preciso promover su conectividad vial y tecnológica. Los cierres constantes de la vía al Huila y la exclusión de la mayor parte de sus municipios de la conexión a la Internet de banda ancha tienen que ser reemplazados por vías estables y comunicación de calidad. Adicionalmente, el aislamiento de la producción lechera, ganadera y de frutos amazónicos, tiene que ser reemplazado por canales de cualificación y mercadeo hacia el resto del País y el exterior.
Pasar de un Caquetá escondido a un Caquetá reconocido, resume un desafío de gestión de las autoridades locales, departamentales y nacionales, al que contribuiremos desde el legislativo.