Por: Oscar Manuel Castrillón
El conflicto armado ha tocado las esferas de la vida personal y colectiva; por lo que de una u otra forma no es un tema desconocido ni ajeno a nuestras realidades próximas (en nuestra familia, amigos o vecinos). Así también en cuestión de género, las consecuencias han sido transversales.
En el país, de acuerdo al diario El Tiempo en la Crónica Las mujeres son las primeras víctimas del conflicto armado en Colombia “el primer lugar lo ocupa el desplazamiento forzado, con 3,2 millones de casos” de mujeres que han sido víctimas directas del conflicto armado; seguidamente están los homicidios, despojo de tierras, pérdida de diversos bienes, desaparición forzada y secuestro.
Estos hechos en sí mismos atentan de manera directa contra la dignidad humana, pero tras estos, se esconden otros horrores, los horrores de la violencia sexual contra las mujeres, como arma de guerra en el marco del conflicto armado interno; un crimen silencioso, pero que hace eco en lo más profundo de la integridad y dignidad de las mujeres, niñas y adolescentes que lo padecen.
Un sinnúmero de indicadores revelan que si bien es cierto los hombres por regla general empuñan las armas de la guerra, son las mujeres las que en ultimas deben sortear las circunstancias que desencadenan los horrores de la guerra, pues de una parte ven a sus hijos, esposos, padres y hermanos expuestos al mercado de la guerra, que de una u otra manera busca el señuelo para que se enfilen en uno y otro bando, y de otra, se enfrentan a una sociedad en la que si no levantan sus voces difícilmente son tenidas en cuenta.
Sin embargo, no podemos desconocer que también son ellas quienes han asumido las riendas de sus hogares, de sus hijos e incluso de familias enteras que ahora están a su merced cuando los crímenes de la guerra han arrebatado la vida de sus parejas, ahora, esas mujeres empuñan banderas de paz, además de ser dadoras de vida, siembran paz, reclaman paz y construyen paz. La mujer campesina, indígena, afro y mestiza, la mujer educadora, la mujer obrera y las que se forman en universidades, al unísono levantan sus voces, su trabajo y su fuerza en pos de la paz, ya suficiente les ha arrebatado la guerra.
Con todo esto nos resulta entonces imposible no reconocer su valentía, o pretender desdibujar y disimular su entereza, si son ellas quienes están llenas de fortaleza y cuentan con la capacidad de construir un mejor país en los escenarios de paz.
En las manos de nuestras mujeres que desde las desgarradoras vivencias, se han forjado valientes y determinantes transformadoras, ha estado un fundamental aspecto para la paz: la educación, que dirigiendo a sus hijos hacia nuevos caminos alejados de la guerra y los estupores del conflicto, están formando personas comprometidas con la paz.
Por eso sus esfuerzos y la nueva perspectiva que crean en nuestro país son fundamentales, no solo para entender el conflicto desde la familia sino también para cimentar la paz desde ella, en el núcleo de la sociedad construido desde la mujer.
En ese sentido las exigencias que llevan a cabo las mujeres por el restablecimiento de derechos, garantías institucionales y de organización colectiva para recuperar sus costumbres culturales y desarrollo social deben estar articuladas en las agendas de paz, pues son aspectos que no solamente conciernen a las mujeres, sino al conglomerado de personas tras ellas.
Las mujeres entonces deberán asumir un papel protagónico, no como un actor más en el discurso, sino como punto de referencia para ahondar en soluciones asertivas y ajustadas a las realidades de cada una de sus comunidades, pues nuestras mujeres no solo han vivido en carne propia el conflicto y han buscado superarlo, sino que además han hecho suyas las realidades de otras mujeres y familias que han sufrido lo mismo.
Son entonces ustedes quiénes han generado desde siempre grandes cambios, en la familia, en la política, en la sociedad, en el mismo conflicto armado; y ahora es el momento de grandes cambios en nuestro país, es momento de la paz e indudablemente es el momento de la mujer como constructora de ella. Todo el reconocimiento y admiración a nuestras mujeres caucanas, valerosas y comprometidas con su gente y con el sueño de una mejor sociedad y un mejor país; porque sin ellas incluso la política estaría incompleta.